Leí hace poco en la revista
Distorsión una entrevista a Javier Martinez, ícono del rock en nuestro idioma y
baterista del pionero trio argentino Manal, que, junto con Almendra, son los
papás del rock en nuestro idioma (fina cortesía de Jorge Fernández Vegas). El artículo lleva el provocador título
“Javier Martinez: si no ves a la música como un negocio sos un boludo”, y me
hizo recordar algunas conversaciones que a veces tengo con personas de todo
tipo, tanto ajenas como miembros de la industria musical y comunidad artística.
En el imaginario popular la
sociedad está la idea del artista que gracias a su talento llega a ser
descubierto por algún ejecutivo discográfico y, combinando el talento de otros en
otras disciplinas, logra la popularidad, el triunfo o la realización
artística. Muy lindo, muy romántico,
pero eso hoy ya no es verdad. Lo fue en
los albores de la industria musical y fue el modelo predominante, cada vez con
mayor sofisticación, pero poco a poco fue desapareciendo hasta extinguirse en
los primeros años del siglo XXI con la aparición del internet. Actualmente solo
lo vemos películas.
Napster apareció en el 99 y a
partir de allí se dieron muchísimos cambios radicales y vertiginosos en los
hábitos de consumo y los modelos de negocio de todos los protagonistas de la
industria musical. Sumémosle a eso el
avance tecnológico, el abaratamiento de las herramientas de trabajo, y la
democratización de la tecnología y comunicaciones.
Si metemos hoy todo ello en una
licuadora, y hablando específicamente de la aparición de artistas nuevos, nos
encontramos con un panorama en donde, una de las muchísimas consecuencias es
que, hoy por hoy cualquier persona con mínimo conocimiento musical (y a veces
ninguno) puede hacer una producción a costos extremadamente bajos. Los hay quienes transitan por caminos comunes
usando fórmulas poco originales con cero talento o creatividad, pero también existen
con aquellos que hacen experimentos extraordinarios con inconmensurable
capacidad musical o artística. Ambos
conviven y enfrentan prácticamente el mismo problema de falta de visibilidad
que les dificulta poder sobresalir y conseguir sus objetivos en medio de
millones de personas que están en la misma situación, que luchan a través del
Streaming -la nueva forma de consumo- para hacerse notar, o con la escasez de
locales y escenarios para mostrar su arte y coadyuvar al crecimiento de su
audiencia. Y esto no tiene nada que ver
con el género o la calidad; lo mismo le pasa al que hace cumbia como al que
hace fusión étnico-electrónica.
Como dice el artículo que
menciono al principio, la música siempre
fue y será un negocio; la diferencia está en que antes de los negocios de
encargaban otros, y el artista se beneficiaba colateralmente. El artista de hoy no sólo debe saber de
música, sino que al inicio debe encargarse él mismo de todo, y para hacerlo
bien, debe saber -o por lo menos conocer- muchas disciplinas.
El artista de hoy debe dominar
todo sobre el aspecto netamente musical, y a profundidad. Debe conocer no simplemente de marketing para
provechar todos los caminos que esta herramienta le puede brindar, sino que
además debe ser especialista en marketing digital. Debe dominar técnicas de comunicación y
estrategias de negociación. El artista
debe saber de economía para poder dirigir su carrera desde un punto de vista
financiero y que le permita la rentabilidad necesaria para cumplir con sus
objetivos. Debe tener nociones sobre aspectos legales para poder caminar por
los sinuosos senderos del derecho de autor y conexos (y tener perspectivas de
rentabilidad también) y poder celebrar contratos comerciales. Debe saber administración para poder
amalgamar todos los aspectos y diferentes ramas de las que tendrá que
ocuparse. Debe saber contabilidad si
quiere tomar la cosa en serio y convertir su arte en sustento de vida.
El artista de hoy tiene mayor
responsabilidad que antes, debe tener habilidad de gestión multidisciplinaria,
ser consciente que con la enorme oferta y la atomización de los canales de
comunicación existen posibilidades de identificación de nichos, audiencias y
tribus que se alcanzan vía micro-targeting,
y entender que sus ingresos pueden venir no sólo de presentaciones, sino
también desde la publicidad, merchandising,
licencias, derechos, grabaciones, performances, y un largo etcétera. Tener claro que, al ser un negocio, él debe
ofrecer algo valioso a cambio. Tiene
que obtener un retorno a la inversión, ya sea propia o de otro; si no hay
retorno, no existe negocio. Está en el show-business, por lo que si no hay business, no hay show.
¿Hay futuro? Sin duda; hemos llegado a una época en la que
las manifestaciones culturales no tienen que estar necesariamente vinculadas a
su exposición en un mercado masivo, dando origen a una diversidad más amplia y,
consecuentemente, a la existencia de una producción artística superior. Pero
para sobrevivir, el artista de hoy debe prepararse. Bienvenidos al mundo de las micro-audiencias,
las multi-fuentes de ingresos, y el poli-conocimiento.
Termino con lo que empieza la
entrevista a Javier Martinez: “Cuando en el año 80 viajé a Nueva York a comprar
una batería para el regreso de Manal, me crucé a Mick Jagger y el tipo estaba
ahí porque había decidido estudiar Administración de Empresas. Con eso ya te expliqué todo”.
En 1980, Mick Jagger tenía 37
años, y ya era toda una leyenda…. La tenía
clara.
Abril 2017