viernes, 15 de septiembre de 2023

MÚSICA, STREAMING Y SOCIEDAD: PREGUNTAS INCÓMODAS

 


Muy recientemente el anuncio del modelo centrado en el artista entre Universal Music y Deezer ha dado mucho que hablar, respecto a si realmente contribuye a una repartición más justa para los artistas por parte del streaming.  Mark Mulligan de MediaResearch escribió un interesantísimo artículo esbozando algunas críticas y explorando algunas soluciones, y en el cual toca un tema en particular que me hace reflexionar sobre la forma en que consumimos música en la era digital actual, en cómo ha experimentado una transformación radical gracias a la aparición del streaming-on-demmand: ¿Estamos realmente preparados como sociedad para elegir lo que queremos escuchar, o deberíamos querer escuchar lo que se nos ofrece?  Incomodísima pregunta, pero antes de responder, los invito a leer esta entrada.

Siguiendo lo señalado en dicho artículo, históricamente, las decisiones sobre qué música escuchábamos y consumíamos estaban en manos de programadores de radio, gerentes de tiendas de discos y ejecutivos de la industria del entretenimiento. Estas personas asumían la responsabilidad de seleccionar cuidadosamente los contenidos que creían que atraerían al público.   No obstante, ahora el streaming persigue las necesidades de los consumidores, siguiendo los datos de comportamiento, en marcado contraste con la época anterior; cita de Mulligan, “en aquellos días, el público quería lo que el público obtiene, ahora el público obtiene lo que el público quiere”.

La premisa entonces detrás de las plataformas de streaming es ofrecer una experiencia altamente personalizada. Usan algoritmos avanzados que analizan el historial de escucha o visualización de un usuario, así como sus preferencias declaradas, para recomendar contenido relevante. Esto, en teoría, debería resultar en una mayor satisfacción del cliente al ofrecerles exactamente lo que quieren escuchar o ver.

Sin embargo, se corre el peligro de crear una "burbuja de filtro", donde los usuarios quedan atrapados en un ciclo de consumo de contenido similar, limitando su exposición a nuevas ideas y perspectivas, y lo cual puede fomentar una fragmentación de la cultura, entendiendo esto como el hecho de que los usuarios al escuchar solo lo que ellos elijen, refuercen sus propias creencias y gustos, limitando la exposición a perspectivas diferentes y dificultando la creación de una cultura compartida. Esta personalización extrema puede contribuir a la polarización social, pues, cuando las personas solo consumen contenido que refuerza sus opiniones existentes, es menos probable que se expongan a puntos de vista opuestos. Esto aumenta la polarización y hace que el diálogo y la comprensión mutua sean más difíciles (¿alguien tiene alguna duda sobre la época que estamos viviendo de grandes diferencias sociales y la dificultad de entendimiento entre polos opuestos?).

Una consecuencia inmediata de lo anterior está en el impacto transformador -a mi juicio, no necesariamente bueno- en las industrias creativas, pues esta personalización ya está cambiando la forma en que se produce y distribuye el arte y el entretenimiento. Los artistas y creadores están sintiendo la presión de ajustar o adaptar sus obras para satisfacer las preferencias populares, en lugar de seguir sus propias visiones creativas. Esto afecta directamente la diversidad y originalidad en la producción de contenido, degradando la oferta cada vez más.  No es ningún secreto la decadencia en términos de armonías, arreglos, progresiones, elementos altamente distintivos en los procesos compositivos y que tienden a ser cada vez más elementales, presionados por una sociedad de corto tiempo de atención, como decía Steve Howe, guitarrista de Yes, quien en una entrevista para Guitar World declaró:

“Antes había canciones realmente complejas que escuchabas en la radio todo el tiempo. Representaban un desafío para el oyente, de una buena manera, y creo que las personas en aquella época estaban dispuestas a aceptar ese desafío. Siempre que mantengas el interés del oyente, es algo positivo, pero en el mundo de hoy, donde el lapso de atención de las personas es realmente corto, son otras las reglas. Es un reto para las bandas modernas que aspiran a crear composiciones desafiantes y quieran ser escuchadas".

De más está mencionar los cambios en la forma en que se monetiza el contenido. La desaparición de las ventas de medios físicos planteó desafíos económicos tanto para artistas y creadores como para productores fonográficos, al depender estos últimos principalmente de los ingresos por la transmisión de música, y los primeros apoyándose más en sus presentaciones en vivo, realidad que no está exenta de críticas hacia las plataformas en relación con la compensación hacia ellos. Los pagos por reproducción en streaming tienden a ser muy bajos, lo que ha llevado a debates sobre si los músicos y creadores reciben una parte justa de los ingresos generados por sus obras.

Por supuesto que hay cosas buenas también (público global, diversificación de contenidos, personalización, etc.), pero nos lleva a pensar si este modelo -el del streaming-on-demand- realmente no es un agujero negro terminará por tragarse todo y resultar ser más perjudicial para la música, el arte y la cultura.

Como bien recordaba Mulligan, las palabras de Steve Jobs y Henry Ford nos invitan a cuestionar si este enfoque es el más adecuado en la era digital.  Steve Jobs argumentaba que "no es trabajo del cliente saber lo que quiere", sugiriendo que los consumidores a menudo no son conscientes de lo que desean hasta que se lo presentan de manera convincente. Mientras que Henry Ford afirmaba que si hubiera preguntado a sus clientes qué querían, habrían pedido una versión mejorada del transporte que ya conocían, es decir, el caballo. Estas perspectivas plantean un desafío importante para la forma en que concebimos la innovación y la satisfacción del consumidor en la era del streaming.

Las plataformas de streaming han tenido un impacto profundo y mixto en la industria del entretenimiento; han creado nuevas oportunidades para artistas emergentes y han cambiado la forma en que consumimos contenido, pero también han planteado desafíos en términos de compensación, competencia y sostenibilidad económica para los creadores y los stakeholders de las plataformas, micro ecosistema extremadamente frágil y delicado, como lo mencionamos en esta entrada.  La industria musical está tratando de evolucionar en respuesta a esta revolución digital en curso; la clave tal vez estaría en tratar de encontrar un equilibrio.

La innovación liderada por el consumidor y los datos es valiosa para proporcionar experiencias personalizadas, pero también debemos permitir que existan espacios para la creatividad, la sorpresa y la exploración. Las plataformas de streaming deben encontrar formas de exponer a los usuarios a contenidos que no están necesariamente en línea con sus preferencias habituales, fomentando así el descubrimiento y la diversidad cultural. 

 Setiembre 2023