lunes, 19 de junio de 2017

¿HACIA DÓNDE VA LA INDUSTRIA MUSICAL?

Estamos en una época muy irónica para la industria musical.  Nunca antes en la historia han existido tantas facilidades para promover la música como hoy en día, muy a menudo gracias a plataformas de redes sociales como Facebook, Twitter, Soundcloud, Snapchat, Instagram, y un largo etcétera, y que están al alcance (siendo de uso obligado) de cualquier artista, grande o chico.

Tampoco nunca antes hemos asistido a una época en donde el acceso a la música haya gozado de tanta horizontalidad (práctica y económica), y, no obstante ello, con grandes pérdidas económicas para los protagonistas. Por citar un ejemplo, esta semana se supo que Spotify, la plataforma de streaming más grande, sigue arrojando pérdidas, llegando a perder € 539.2 millones en el 2016, es decir un 133% más que en el 2015.  




Desde una fría perspectiva de inversión, hasta ahora ningún servicio de streaming por sí solo resulta sostenible; Pandora y Spotify siempre han luchado por tratar de obtener ganancias, mientras que Apple Music y Amazon Music son perdedores de dinero empedernidos, pues, en estricto rigor, sus áreas de servicio de streaming son parte de un amplio portafolio de distribución financiera que apoyan o soportan otros sectores más rentables dentro de sus corporaciones.  Recordemos que fue Napster quien inició esta tendencia en los años 90, pirateando contenido y haciéndolo disponible en línea. Luego, los servicios de streaming básicamente continuaron esa práctica, pues, si bien no roban contenido, lo ofrecen de forma gratuita con soporte publicitario. Otros, como Apple Music y Amazon Music, obviamente tampoco roban música, sino por el contrario, cobran a los usuarios, pero el monto es prácticamente una tarifa nominal. De ambos modelos la mayoría de artistas lo que reciben en la mayoría de los casos es menos de un centavo de dólar por stream.

La razón de estas dualidades es bastante simple: a medida que la música migró de un negocio basado en productos (formatos físicos y descargas individuales) a un negocio basado en servicios (streaming), nunca se creó un modelo para soportar adecuadamente esa transición.

Hoy por hoy, por aproximadamente diez dólares al mes estas compañías están prácticamente regalando música y afrontando pérdidas, esperando en algún momento dejar de hacerlo, pero en tanto ese precio no suba (tal vez hasta en un 100%), no hay razón para esperar que ninguno de ellos sea rentable. Todo ello ha producido una generación de oyentes que pagan casi nada por la música, no la consideran como algo valioso, ya que primero podían descargarla gratis, y luego ahora, escucharla a su antojo y de manera interactiva a precios ridículos, por lo que la industria musical ha terminado devaluándose a pasos agigantados. 

Esos cambios también se reflejan en los conciertos, uno de los últimos bastiones que tienen los músicos para tratar de ser rentables.  Son muy pocos los artistas hoy en día capaces de atraer grandes audiencias o controlar los precios para que la gira valga la pena, y los que pueden, ya son bien grandecitos (Springsteen, los Stones, y McCartney entre los que más éxito tuvieron en sus giras en el 2016).  La mayoría de artistas hoy la tiene bien difícil lidiando con una audiencia acostumbrada más a festivales tipo Lolapalooza o un Coachella, en donde valoran  más la experiencia que la propia música en sí.

Hubo una vez una época dorada en que bandas modestas podían conseguir una vida bastante decente tocando música. Hacían un disco, vendían unos cuantos miles de copias y luego salían de gira para promocionarlo - lo que a su vez impulsaba ventas adicionales- e incluso les iba bien cuando sólo llegaban al punto de equilibrio.  Para algunos artistas grandes, esto era una máquina de hacer dinero, engrosando los bolsillos de todos los involucrados, incluyendo todo su personal, ejecutivos, promotores y empresas discográficas. En otras categorías de artistas más chicos, tal vez no se produjeron grandes riquezas, pero sin duda apoyó carreras y promovió la creación de nueva música.

Los tiempos, sin embargo, cambiaron, pues aparte de un puñado de superestrellas, es casi imposible generar ingresos significativos con ese modelo, ya que el consumidor no paga mucho por la música.  Ante esto, son los artistas y los ejecutivos musicales quienes corren el mayor riesgo. 

Por ello, por el lado de los músicos, cobra mayor importancia concentrar sus esfuerzos en construirse una marca para su producto, hacer crecer su valor en términos de audiencia para que en un futuro gozar de posibles asociaciones con otras marcas. Sólo herramientas de autogestión en primera instancia, o -como lo mencioné en este post- la preparación multidisciplinaria del artista, podrán aumentar las posibilidades de generar retornos de inversión significativos.  Por el lado de la industria musical, se debe luchar por obtener cambios significativos en la forma de compensación de todos los titulares de los derechos, de lo contrario la creatividad sufrirá inmensamente - y con ella, toda la industria de la música.  Y esa lucha es cada vez más fuerte, como se pudo ver en una reunión de artistas europeos en Bruselas con la CE en mayo último, o las presiones de los gremios musicales en los congresos norteamericanos y canadienses.

Los flujos de ingresos creados por las ventas de discos y los conciertos formaron una vez una infraestructura que alimentaba un ecosistema alterno que continuamente generaba nuevos artistas.  Hoy, sin esos flujos de ingresos en la industria - o algo similar para reemplazarlos – puede llegar un momento en que los músicos y ejecutivos no tengan ninguna forma práctica de mantenerse a flote, obligándolos a renunciar y a muchos aspirantes nunca siquiera intentarlo.

Junio 2017