Estamos en una época muy irónica
para la industria musical. Nunca antes
en la historia han existido tantas facilidades para promover la música como hoy
en día, muy a menudo gracias a plataformas de redes sociales como Facebook, Twitter, Soundcloud, Snapchat, Instagram, y un largo etcétera, y que están al alcance (siendo de
uso obligado) de cualquier artista, grande o chico.
Desde una fría perspectiva de
inversión, hasta ahora ningún servicio de streaming
por sí solo resulta sostenible; Pandora y Spotify siempre han luchado por tratar
de obtener ganancias, mientras que Apple Music y Amazon Music son perdedores de
dinero empedernidos, pues, en estricto rigor, sus áreas de servicio de streaming son parte de un amplio
portafolio de distribución financiera que apoyan o soportan otros sectores más
rentables dentro de sus corporaciones. Recordemos
que fue Napster quien inició esta tendencia en los años 90, pirateando
contenido y haciéndolo disponible en línea. Luego, los servicios de streaming básicamente continuaron esa
práctica, pues, si bien no roban contenido, lo ofrecen de forma gratuita con soporte
publicitario. Otros, como Apple Music y Amazon Music, obviamente tampoco roban
música, sino por el contrario, cobran a los usuarios, pero el monto es prácticamente
una tarifa nominal. De ambos modelos la
mayoría de artistas lo que reciben en la mayoría de los casos es menos de un
centavo de dólar por stream.
La razón de estas dualidades es
bastante simple: a medida que la música
migró de un negocio basado en productos (formatos
físicos y descargas individuales) a un
negocio basado en servicios (streaming), nunca se creó un modelo para
soportar adecuadamente esa transición.
Hoy por hoy, por aproximadamente diez
dólares al mes estas compañías están prácticamente regalando música y afrontando
pérdidas, esperando en algún momento dejar de hacerlo, pero en tanto ese precio
no suba (tal vez hasta en un 100%), no hay razón para esperar que ninguno de
ellos sea rentable. Todo ello ha producido una generación de oyentes que pagan casi nada por la música, no la
consideran como algo valioso, ya que primero podían descargarla gratis, y luego
ahora, escucharla a su antojo y de manera interactiva a precios ridículos, por
lo que la industria musical ha terminado devaluándose a pasos agigantados.
Esos cambios también se reflejan
en los conciertos, uno de los últimos bastiones que tienen los músicos para tratar
de ser rentables. Son muy pocos los
artistas hoy en día capaces de atraer grandes audiencias o controlar los
precios para que la gira valga la pena, y los que pueden, ya son bien
grandecitos (Springsteen, los Stones, y McCartney entre los que más éxito
tuvieron en sus giras en el 2016). La
mayoría de artistas hoy la tiene bien difícil lidiando con una audiencia
acostumbrada más a festivales tipo Lolapalooza o un Coachella, en donde valoran más la experiencia que la propia música en sí.
Hubo una vez una época dorada en
que bandas modestas podían conseguir una vida bastante decente tocando música.
Hacían un disco, vendían unos cuantos miles de copias y luego salían de gira
para promocionarlo - lo que a su vez impulsaba ventas adicionales- e incluso les iba bien cuando sólo llegaban al punto de equilibrio. Para algunos artistas grandes, esto era una
máquina de hacer dinero, engrosando los bolsillos de todos los involucrados,
incluyendo todo su personal, ejecutivos, promotores y empresas discográficas.
En otras categorías de artistas más chicos, tal vez no se produjeron grandes
riquezas, pero sin duda apoyó carreras y promovió la creación de nueva música.
Los tiempos, sin embargo, cambiaron,
pues aparte de un puñado de superestrellas, es casi imposible generar ingresos
significativos con ese modelo, ya que el consumidor no paga mucho por la
música. Ante esto, son los artistas y
los ejecutivos musicales quienes corren el mayor riesgo.
Por ello, por el lado de los
músicos, cobra mayor importancia concentrar sus esfuerzos en construirse una marca
para su producto, hacer crecer su valor en términos de audiencia para que
en un futuro gozar de posibles asociaciones
con otras marcas. Sólo herramientas de autogestión en primera instancia,
o -como lo mencioné en este
post- la preparación multidisciplinaria del artista, podrán aumentar las
posibilidades de generar retornos de inversión significativos. Por el lado de la industria musical, se debe
luchar por obtener cambios significativos en la forma
de compensación de todos los titulares de los derechos, de lo contrario la
creatividad sufrirá inmensamente - y con ella, toda la industria de la música. Y esa lucha es cada vez más fuerte, como se
pudo ver en una reunión de artistas europeos en Bruselas con la CE en mayo
último, o las presiones de los gremios musicales en los congresos
norteamericanos y canadienses.
Los flujos de ingresos creados
por las ventas de discos y los conciertos formaron una vez una infraestructura que
alimentaba un ecosistema alterno que continuamente generaba nuevos artistas. Hoy, sin esos flujos de ingresos en la
industria - o algo similar para
reemplazarlos – puede llegar un momento en que los músicos y ejecutivos no
tengan ninguna forma práctica de mantenerse a flote, obligándolos a renunciar y
a muchos aspirantes nunca siquiera intentarlo.
Junio 2017