Muy recientemente el anuncio del modelo
centrado en el artista entre Universal Music y Deezer ha dado mucho que
hablar, respecto a si realmente contribuye a una repartición más justa para los
artistas por parte del streaming.
Mark Mulligan de MediaResearch escribió un interesantísimo
artículo esbozando algunas críticas y explorando algunas soluciones, y en
el cual toca un tema en particular que me hace reflexionar sobre la forma en
que consumimos música en la era digital actual, en cómo ha experimentado una
transformación radical gracias a la aparición del streaming-on-demmand: ¿Estamos
realmente preparados como sociedad para elegir lo que queremos escuchar, o
deberíamos querer escuchar lo que se nos ofrece? Incomodísima pregunta, pero antes de
responder, los invito a leer esta entrada.
Siguiendo lo señalado en dicho
artículo, históricamente, las decisiones sobre qué música escuchábamos y
consumíamos estaban en manos de programadores de radio, gerentes de tiendas de
discos y ejecutivos de la industria del entretenimiento. Estas personas asumían
la responsabilidad de seleccionar cuidadosamente los contenidos que creían que
atraerían al público. No obstante,
ahora el streaming persigue las necesidades de los consumidores,
siguiendo los datos de comportamiento, en marcado contraste con la época anterior;
cita de Mulligan, “en aquellos días, el público quería lo que el público
obtiene, ahora el público obtiene lo que el público quiere”.
La premisa entonces detrás de las
plataformas de streaming es ofrecer una experiencia altamente
personalizada. Usan algoritmos avanzados que analizan el historial de escucha o
visualización de un usuario, así como sus preferencias declaradas, para
recomendar contenido relevante. Esto, en teoría, debería resultar en una mayor
satisfacción del cliente al ofrecerles exactamente lo que quieren escuchar o
ver.
Sin embargo, se corre el peligro
de crear una "burbuja de filtro", donde los usuarios quedan atrapados
en un ciclo de consumo de contenido similar, limitando su exposición a nuevas
ideas y perspectivas, y lo cual puede fomentar una fragmentación de la cultura,
entendiendo esto como el hecho de que los usuarios al escuchar solo lo que
ellos elijen, refuercen sus propias creencias y gustos, limitando la exposición
a perspectivas diferentes y dificultando la creación de una cultura compartida.
Esta personalización extrema puede contribuir a la polarización social,
pues, cuando las personas solo consumen contenido que refuerza sus opiniones
existentes, es menos probable que se expongan a puntos de vista opuestos. Esto aumenta
la polarización y hace que el diálogo y la comprensión mutua sean más difíciles
(¿alguien tiene alguna duda sobre la época que estamos viviendo de grandes
diferencias sociales y la dificultad de entendimiento entre polos opuestos?).
Una consecuencia inmediata de lo
anterior está en el impacto transformador -a mi juicio, no necesariamente
bueno- en las industrias creativas, pues esta personalización ya está cambiando
la forma en que se produce y distribuye el arte y el entretenimiento. Los
artistas y creadores están sintiendo la presión de ajustar o adaptar sus obras
para satisfacer las preferencias populares, en lugar de seguir sus propias
visiones creativas. Esto afecta directamente la diversidad y originalidad en la
producción de contenido, degradando la oferta cada vez más. No es ningún secreto la decadencia en
términos de armonías, arreglos, progresiones, elementos altamente distintivos
en los procesos compositivos y que tienden a ser cada vez más elementales, presionados
por una sociedad de corto tiempo de atención, como decía Steve Howe,
guitarrista de Yes, quien en una entrevista para Guitar World declaró:
“Antes había canciones realmente complejas que escuchabas en la radio todo el tiempo. Representaban un desafío para el oyente, de una buena manera, y creo que las personas en aquella época estaban dispuestas a aceptar ese desafío. Siempre que mantengas el interés del oyente, es algo positivo, pero en el mundo de hoy, donde el lapso de atención de las personas es realmente corto, son otras las reglas. Es un reto para las bandas modernas que aspiran a crear composiciones desafiantes y quieran ser escuchadas".
De más está mencionar los cambios
en la forma en que se monetiza el contenido. La desaparición de las ventas de medios
físicos planteó desafíos económicos tanto para artistas y creadores como para productores
fonográficos, al depender estos últimos principalmente de los ingresos por la
transmisión de música, y los primeros apoyándose más en sus presentaciones en
vivo, realidad que no está exenta de críticas hacia las plataformas en relación
con la compensación hacia ellos. Los pagos por reproducción en streaming
tienden a ser muy bajos, lo que ha llevado a debates sobre si los músicos y
creadores reciben una parte justa de los ingresos generados por sus obras.
Por supuesto que hay cosas buenas
también (público global, diversificación de contenidos, personalización, etc.),
pero nos lleva a pensar si este modelo -el del streaming-on-demand- realmente
no es un agujero negro terminará por tragarse todo y resultar ser más
perjudicial para la música, el arte y la cultura.
Como bien recordaba Mulligan, las
palabras de Steve Jobs y Henry Ford nos invitan a cuestionar si este enfoque es
el más adecuado en la era digital. Steve
Jobs argumentaba que "no es trabajo del cliente saber lo que quiere",
sugiriendo que los consumidores a menudo no son conscientes de lo que desean
hasta que se lo presentan de manera convincente. Mientras que Henry Ford
afirmaba que si hubiera preguntado a sus clientes qué querían, habrían pedido
una versión mejorada del transporte que ya conocían, es decir, el caballo. Estas
perspectivas plantean un desafío importante para la forma en que concebimos la
innovación y la satisfacción del consumidor en la era del streaming.
Las plataformas de streaming
han tenido un impacto profundo y mixto en la industria del entretenimiento; han
creado nuevas oportunidades para artistas emergentes y han cambiado la forma en
que consumimos contenido, pero también han planteado desafíos en términos de
compensación, competencia y sostenibilidad económica para los creadores y los stakeholders
de las plataformas, micro ecosistema extremadamente frágil y delicado, como lo
mencionamos en esta
entrada. La industria musical está
tratando de evolucionar en respuesta a esta revolución digital en curso; la
clave tal vez estaría en tratar de encontrar un equilibrio.
La innovación liderada por el
consumidor y los datos es valiosa para proporcionar experiencias
personalizadas, pero también debemos permitir que existan espacios para la
creatividad, la sorpresa y la exploración. Las plataformas de streaming
deben encontrar formas de exponer a los usuarios a contenidos que no están
necesariamente en línea con sus preferencias habituales, fomentando así el
descubrimiento y la diversidad cultural.