Esto ya no es música, son reyes
medievales que poseen la aldea, y el 90% somos campesinos. Así lo describe Bob
Wegner, multi-instrumentista canadiense, al intentar comprar entradas para ver
a Rush ($841 por dos boletos), en un artículo
que me envió mi amigo y colega Jorge Fernández Vegas, empresario artístico y
conocedor del negocio. Lo que antes era una celebración colectiva, a la luz de
lo declarado por Wegner, hoy se ha convertido en un sistema feudal del
entretenimiento. Y aunque la metáfora suene extrema, no está lejos de la realidad
que atraviesa la industria global de conciertos en vivo.
Es a propósito de dicho artículo
que quisiera poner en perspectiva el mercado mundial de esta industria, la cual
atraviesa una crisis estructural que ha dejado de ser anecdótica y coyuntural,
para convertirse en un síntoma global de codicia corporativa, exclusión
cultural y distorsión de valores artísticos.
Desde la fusión de Live Nation y
Ticketmaster en 2010, el mercado se está transformando en una estructura
vertical que controla desde la representación de artistas hasta la venta de
boletos. Live Nation gestiona recintos, promoción y giras; Ticketmaster domina
el ticketing con contratos exclusivos en miles de arenas. Juntos,
operan como un duopolio que limita la competencia, encarece el acceso cultural
y distorsiona el valor artístico. Esta integración no ha sido ajena a diversas
investigaciones antimonopolio en Estados Unidos y críticas en Europa, pero, aun
así, el modelo sigue expandiéndose.
El caso más mediático fue el
colapso de la preventa nada menos que para la gira “Eras” de Taylor Swift en
noviembre de 2022. Millones de fans quedaron fuera tras la caída de la
plataforma, y los precios dinámicos dispararon la reventa a cifras absurdas. El
Departamento de Justicia de los Estados Unidos inició entonces una
investigación, y el Senado interrogó a los ejecutivos de Live Nation
Entertainment. La senadora Amy Klobuchar lo dijo sin rodeos: “El sistema actual
no es justo, ni transparente, ni competitivo”. Y no se trata de una sola gira
ni de un artista en particular: es una cultura corporativa que exprime recursos
en detrimento de sus propios compradores.
Robert Smith, líder de The Cure,
denunció en la revista Rolling
Stones en 2023 que Ticketmaster había incluido tarifas que duplicaban el
precio base de los boletos. Aunque logró que se devolviera parte del dinero,
dejó claro que “el sistema está roto” y que “los artistas no tienen control
real sobre cómo se venden sus conciertos”. Pearl Jam, Kid Rock y muchos otros
han levantado la voz desde hace años, pero el modelo se ha consolidado. Hoy,
Ticketmaster controla más del 80% del mercado de ticketing en grandes arenas
estadounidenses, y Live Nation gestiona cada eslabón de la cadena.
Europa tampoco escapa a esta
lógica, aunque el panorama judicial sea menos agresivo. Ticketmaster opera en
más de 20 países del continente, con contratos exclusivos en recintos
emblemáticos como el O2 Arena de Londres o el Ziggo Dome de Ámsterdam. Durante
la gira europea de Taylor Swift en 2023, se repitieron los mismos problemas de
acceso, precios exorbitantes y reventa descontrolada. La Comisión Europea ha
recibido quejas informales, y organizaciones como BEUC (European Consumer
Oraganisation) piden mayor regulación. Plataformas alternativas como Eventim o
Billetto han surgido en Alemania y Suecia, pero su alcance es limitado frente a
los tiburones del espectáculo.
Pero esto no queda ahí. Tal vez el más perverso de los sistemas sea
la reventa como negocio interno. Ticketmaster cuenta con TradeDesk, una
plataforma que permite a revendedores adquirir boletos en masa y redistribuirlos
a precios inflados. En pocas palabras, lo que hace Ticketmaster es vender un
boleto, por el cual cobra una comisión.
Luego, a través de TradeDesk, exhorta a que ese mismo boleto se revenda
a un precio más alto, cobrando otra comisión sobre un boleto ya vendido. Es decir, el negocio está en vender el mismo
boleto la mayor cantidad de veces posible, y cobrando comisiones en cada
transacción. Aunque la empresa afirma
combatir bots y cuentas falsas, un reportaje de CBC
News en 2018 reveló que ejecutivos alentaban el uso de TradeDesk para
maximizar ganancias. Según el Wall Street Journal, más del 30% de los tickets
premium se revenden en las primeras 24 horas, muchas veces por cuentas
vinculadas a operadores internos. El discurso de protección al consumidor se
desmorona frente a la lógica del beneficio.
Mientras tanto, los artistas
reciben cada vez menos. Según el portal Pollstar, en
2024 el promedio de ingresos netos para músicos en giras masivas fue del 12%
del total recaudado. El resto se lo lleva la maquinaria: tarifas, comisiones,
contratos de exclusividad. Y el público, lejos de ser una comunidad, se
fragmenta en castas. Los boletos platinum y las experiencias VIP han
creado una jerarquía artificial donde el que paga más tiene mejor vista, mejor
trato y más acceso, sin importar su conexión real con la música. Hay gente que
ni conoce al artista, pero se deja ver en la zona VIP.
Por eso constantemente surgen
alternativas más cercanas y honestas que intentan recuperar la experiencia
compartida; sin embargo, enfrentan obstáculos logísticos, de infraestructura y
de visibilidad. Y aunque estas prácticas puedan parecer lejanas a nuestra
realidad peruana, si se imponen sin regulación, podrían tener efectos
especialmente nocivos para el desarrollo de una escena musical diversa y
sostenible, no solo para el público, sino también para artistas, quienes
podrían quedarse sin posibilidades de elegir promotores que no tengan acuerdos
con empresarios o ticketeras.
Fomentar que el acceso dependa
del poder adquisitivo y no del interés artístico sería una pérdida profunda. Nuestra región está aún a tiempo de
establecer políticas claras que protejan la equidad de condiciones y el acceso
cultural, que fomenten la competencia justa y fortalezcan las redes
independientes que aún sostienen la música como experiencia compartida. Porque
si el espectáculo se convierte en privilegio, lo que se pierde no es solo el
boleto: es el sentido mismo de la música como ritual colectivo.
Octubre 2025
