Dentro de la sinergia que debería existir en la industria musical, sin duda las
compañías discográficas ocupan un lugar preponderante. La relación entre
el artista/compositor y la disquera debe evolucionar para hacer de la industria
una en la cual pueda renacer, crecer y prosperar, pero para todos lados, con el
balance necesario que esta asociación debe tener.
Históricamente, muchas discográficas multinacionales han actuado como
depredadores en un sistema que recompensa inmediatamente al inversor, pero que
a costa de ello y de grandes retornos de inversión se generan situaciones
insostenibles, con grandes apetitos financieros que engullen todo lo que
encuentran a su paso, sin pensar en las consecuencias del mercado, que,
indefectiblemente, tratará de encontrar una salida.
Hoy pareciera que se está repitiendo la historia. No cabe duda que el streaming -un
modelo de negocio aún hoy no claro- es el sistema que en los próximos años
reinará, y, de alguna manera, será el alimento de la industria musical (no por
nada las propiasmajors son accionistas de varias de esas
plataformas). Sin embargo, estamos muy lejos de tener una carretera que
mantenga, o por lo menos se acerque, a un recorrido asfaltado que asegure a
todos quienes transitan por ella un buen viaje. Actualmente, solo quienes
tienen un Bugatti pueden manejar tranquilos.
Cada vez son más las voces que cuestionan no sólo el reparto
que el mundo digital distribuye a los participantes de su ecosistema, sino
también la transparencia con la que la industria discográfica negocia las
licencias con las plataformas de streaming. Y para muestra,
un botón: las majors son accionistas de algunas plataformas de streaming,
a quienes les licencian el uso de su repertorio a un precio menor de lo que le
licenciarían a un cualquier tercero (porque, por supuesto, tienen sus propios
intereses económicos en esas plataformas). Todo bien hasta allí. El
problema es que estos acuerdos conllevan adelantos, y nadie sabe cómo esos
adelantos son repartidos con los artistas, porque todos son negociados bajo
perversas cláusulas conocidas como NDA’s, o Non Disclosure Agreements,
algo así como los X-files de la música… Aparte, por
supuesto, nadie sabe qué es lo que sucede o cómo se reparte lo que las majors obtienen
gracias a la rentabilidad de sus acciones en estas plataformas (si es que las
hubiere), y que fueron adquiridas en desmedro de los ingresos de sus artistas.
No quiero entrar en discusiones bizantinas respecto a quién
es el principal inversor o quién arriesga más (por un lado las compañías
discográficas ya no hacen discos y se les fue el soporte con el cual los
márgenes justificaban sus inversiones en marketing y costos operativos, pero
por otro lado también, esos costos de distribución son pocos en comparación los
de marketing y A&R, que hoy por hoy no solo se mantienen sino que han
subido), pero es necesario que las disqueras escuchen lo que los protagonistas
de la industria musical reclaman cada vez más fuerte: reparto equitativo y
mayor transparencia en el flujo de los ingresos provenientes de lo digital.
Tal vez BMG ya dio un primer paso al cambiar de enfoque,
viendo a sus artistas más como socios que como mano de obra contratada, o
Kobalt, la editora independiente más grande del mundo, al dotar a sus asociados
herramientas tecnológicas para seguir on-line y en tiempo real el rendimiento
de sus obras en el mundo digital.
Ojalá que la industria aprenda de su propia historia, y
pueda redirigir sus esfuerzos en robustecerla y crear las bases de un sistema
mucho más sostenible en el tiempo, para evitar su canibalización y posterior
colapso.
Octubre 2016
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