La tecnología y la era digital
están teniendo un impacto antes impensado en la industria musical y en la
sociedad en general, llevándonos -desde mi humilde punto de vista- a una
preocupante tendencia en la industria: la creación de música que lo único que
busca es el éxito económico, dejando de lado consideraciones estéticas o más
trascendentales, algo que alguna vez fueron valores fundamentales en la música;
y esta dinámica afecta a todos los géneros, desde el pop hasta el rock, el hip-hop
o el reggaetón.
Esta nueva forma de consumo a
través de plataformas de streaming on demand han redefinido desde hace
ya tiempo las reglas del juego en la industria musical. Hoy en día, los artistas y sellos
discográficos están enfocados en maximizar las reproducciones puesto que
los ingresos generados por estas plataformas dependen directamente no sólo del
número de veces que una canción es escuchada (muy al margen de que el ingreso unitario
por stream sea inmensamente inferior que el de la venta de copias
físicas, por lo que la necesidad de maximizar las reproducciones para generar
ganancias es esencial), sino también del tiempo que se reproduce cada track
(teóricamente, si se “salta” la canción antes de 30 segundos, no se cuenta como
una reproducción).
“Si bien existen excepciones respecto a lo que escribo en esta entrada, la generalidad bien se puede plasmar como algo dominante”
Como resultado inmediato de esta
realidad, tenemos que la estructura de las composiciones ha cambiado
drásticamente: las canciones son ahora mucho más cortas que antes, con hooks
que aparecen lo antes posible para captar la atención del oyente desde los
primeros segundos, por supuesto, antes de esos 30 segundos (según una entrevista a Hubert Léveillé Gauvin, estudiante de
doctorado de Teoría Musical en la Universidad de Ohio, a mediados de la década
de 1980, el tiempo promedio que pasaba antes de que se escucharan las voces en
cualquier canción de radio era de 23 segundos; hoy, ese número se ha
reducido a solo 5 segundos). Es por
ello que, en la música actual, por lo general la participación de múltiples
compositores en más que notoria. La complejidad y la exploración artística
han sido reemplazadas por fórmulas que garantizan la repetición y la candidez,
lo que -sin embargo- puede maximizar las ganancias.
Que no se me malinterprete; claro que hay canciones muy buenas hoy en día, pero convengamos que no es la norma. Por supuesto que, si bien existen
excepciones respecto a lo que escribo en esta entrada, la generalidad bien se
puede plasmar como algo dominante. El
pop, un género que históricamente ha buscado apelar a las masas, es un ejemplo
claro de esta tendencia. Artistas que solían experimentar con diferentes
sonidos y temáticas ahora se ven presionados a producir música que cumpla con
los requisitos de popularidad en las plataformas de streaming. La
homogeneidad se ha convertido en la norma, con canciones que, aunque
pegajosas, carecen de profundidad o innovación. Esto se refleja en la
producción en masa de singles diseñados para ser consumidos rápidamente,
reemplazando a álbumes conceptuales o proyectos más ambiciosos.
El rock, un género que en su génesis
fue sinónimo de rebelión y exploración artística, también ha sido impactado.
Las bandas que buscan mantenerse relevantes en un mercado dominado por el streaming
han adoptado una aproximación más comercial, simplificando sus composiciones y
adoptando elementos de géneros más populares, como el pop y el reggaetón.
Aunque algunos artistas han logrado un equilibrio entre el éxito comercial y
la integridad artística, la tendencia general ha sido hacia una mayor
simplificación y una menor experimentación.
El rap y el hip-hop, un género
que ha crecido exponencialmente en popularidad en las últimas dos décadas, también
han sido influenciados por esta dinámica. Artistas que solían ser valorados por
su lirismo y capacidad para contar historias complejas, ahora se ven
empujados a producir canciones más cortas y repetitivas, diseñadas para
capturar la atención del público apenas en las primeras líneas. La presión para
crear hits ha llevado a que las letras se centren en temáticas más
superficiales, dejando de lado la profundidad y el comentario social que alguna
vez definieron al género.
El reggaetón, por su parte, es quizás
el ejemplo más claro de cómo un género puede sucumbir a la presión de buscar el
éxito económico inmediato. El reggaetón, o la mal llamada -a mi parecer- música
urbana, pasó de su modesto surgimiento en los barrios de Puerto Rico y Panamá, a
convertirse en un fenómeno global. Es por ello que muchos artistas han optado
por fórmulas que garantizan la viralidad y las reproducciones, normalmente
sacrificando la innovación musical o la exploración estética. La repetitividad de los ritmos y la
simplicidad de las letras son ahora la norma, con un enfoque claro en maximizar
el atractivo comercial.
Pero no le echemos la culpa solo
al streaming… creo que las cosas comenzaron a cambiar con la
aparición de las redes sociales. A
partir de su irrupción, las redes sociales amplificaron en la sociedad la tendencia
hacia la inmediatez, la viralización, pavimentando el camino a la fragmentación
de la cultura. Plataformas como Instagram y TikTok (y últimamente YouTube y
Facebook con sus shorts y reels) han convertido la música en tan sólo un
accesorio de un contenido visual, donde las canciones se vuelven populares no precisamente
por su calidad intrínseca, sino por su capacidad para encajar en un trend
o un challenge viral. El éxito de
una canción se midiendo hoy más por su uso en millones de videos
cortos que se reproducen en bucle, en lugar de su capacidad para resonar
emocional o intelectualmente con la gente. ¿El resultado? Muchos artistas
componen ahora pensando en las posibilidades de que su canción se vuelva viral,
más que en la calidad artística, priorizando la repetitividad
y simplicidad por sobre la complejidad musical o lírica.
Pero vayamos más allá; la
inmediatez de la tecnología digital, de Google, del internet, y en general de
la información, han hecho que la capacidad de atención del público también se
haya visto afectada por esta forma de consumo. Según
el Microsoft Canada’s Consumer Insights Report (2015), la capacidad
de atención humana disminuyó de 12 segundos en el 2000 a 8 segundos en 2013,
lo que fue relacionado con el aumento del uso de dispositivos digitales. Aunque
no se centra exclusivamente en la música, sí establece un contexto para la
disminución general de la capacidad de atención, lo que afecta cómo se consume
música en la era digital.
Con esta sobrecarga de estímulos,
la facilidad de acceso a la información, y los millones de canciones al alcance
de un click, las personas están desarrollado una tendencia a consumir
música de manera superficial, sin dedicar tiempo a explorar o apreciar las
sutilezas de una composición u orquestación. Esto está llevado a una cultura
donde las canciones son desechables, diseñadas para ser consumidas rápidamente
antes de pasar a la siguiente tendencia. En lugar de buscar una conexión
emocional o intelectual con la música, muchos oyentes simplemente buscan el próximo
tema, perpetuando un ciclo donde la música se produce en masa y se consume
rápidamente sin dejar una huella duradera.
De hecho, siempre han existido canciones que, a fuerza de repetirse, nos
termina gustando o conectando, algo que el botón de skip o next casi ha casi extinguido.
TikTok, en particular, ha tenido
un impacto profundo en la música actual. En esta plataforma, las canciones se
vuelven virales no por su calidad artística, sino porque encajan bien con un
determinado tipo de contenido visual. Este fenómeno refuerza lo que comentamos líneas arriba, en el sentido a que se llega a una situación
donde la música es percibida como algo accesorio, un simple
acompañamiento para el contenido visual, en lugar de ser valorada por su propio
mérito.
Este cambio en la percepción de
la música está tenido un impacto significativo en la forma en que los artistas
crean y distribuyen su trabajo. En lugar de centrarse en la creación de álbumes
conceptuales o en explorar nuevas fronteras musicales, muchos artistas se ven
obligados a seguir las tendencias dictadas por las plataformas de streaming
y las redes sociales, priorizando la creación de singles virales sobre
cualquier otra consideración estética o artística. Esto no solo limita la
diversidad y la innovación en la música, sino que también contribuye a la
saturación del mercado con canciones que, aunque puedan ser exitosas en
términos de reproducciones y viralización, carecen de profundidad o
trascendencia.
Aunque esta tendencia hacia el
consumismo musical es predominante, aún existen artistas que se esfuerzan por
mantener un equilibrio entre el éxito comercial y la integridad artística.
Ejemplos como Kendrick Lamar en el rap, Radiohead en el rock, y Residente en el
“urbano”, demuestran que es posible crear música que no solo logre un impacto
comercial, sino que también resuene a nivel artístico y emocional. Estos
artistas, aunque son la excepción en un mercado dominado por la inmediatez y la
búsqueda del éxito rápido, sirven como recordatorio de que la música puede
ser tanto un arte como un negocio, y que es posible equilibrar ambos
aspectos sin sacrificar la integridad artística.
Por supuesto que hay muchas otras
consecuencias (la ausencia de diseño, salvo el del post; el poco campo
para la expresión fotográfica, el storytelling, etc), y no quiero ni
pensar en lo que la IA le hará a la música (que podría ser motivo de otro
post), pero en lo que se refiere estrictamente a la música, la tendencia actual
de crearla enfocada únicamente en el éxito económico refleja un mercado que ha
sido moldeado por la tecnología y las plataformas de streaming.
Insisto, se trata de una generalización y existen excepciones; solo estoy señalando una tendencia. Bajo este enfoque, creo que si bien la tecnología actual, la forma de consumo y el nuevo modelo de negocio han llevado a una
homogenización y simplificación de la música, también han abierto nuevas
oportunidades para aquellos dispuestos a desafiar las convenciones y
explorar nuevos territorios estéticos. La clave para el futuro de la música
radica en encontrar un equilibrio entre las demandas del mercado y la
preservación de los valores artísticos que han definido a la música a lo
largo de la historia. Aunque la presión por crear hits virales y maximizar las
reproducciones es innegable, es esencial que los artistas y los profesionales
de la industria no pierdan de vista la importancia de la innovación, la
autenticidad y la trascendencia en la música.
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