lunes, 19 de agosto de 2024

CONSUMISMO MUSICAL: ¿QUÉ LE ESTAMOS HACIENDO A LA INDUSTRIA?

Una breve reflexión sobre el profundo impacto del entorno digital en la evolución de la industria musical global y en la forma del consumo de la música











La tecnología y la era digital están teniendo un impacto antes impensado en la industria musical y en la sociedad en general, llevándonos -desde mi humilde punto de vista- a una preocupante tendencia en la industria: la creación de música que lo único que busca es el éxito económico, dejando de lado consideraciones estéticas o más trascendentales, algo que alguna vez fueron valores fundamentales en la música; y esta dinámica afecta a todos los géneros, desde el pop hasta el rock, el hip-hop o el reggaetón.

Esta nueva forma de consumo a través de plataformas de streaming on demand han redefinido desde hace ya tiempo las reglas del juego en la industria musical.  Hoy en día, los artistas y sellos discográficos están enfocados en maximizar las reproducciones puesto que los ingresos generados por estas plataformas dependen directamente no sólo del número de veces que una canción es escuchada (muy al margen de que el ingreso unitario por stream sea inmensamente inferior que el de la venta de copias físicas, por lo que la necesidad de maximizar las reproducciones para generar ganancias es esencial), sino también del tiempo que se reproduce cada track (teóricamente, si se “salta” la canción antes de 30 segundos, no se cuenta como una reproducción).  

“Si bien existen excepciones respecto a lo que escribo en esta entrada, la generalidad bien se puede plasmar como algo dominante”

Como resultado inmediato de esta realidad, tenemos que la estructura de las composiciones ha cambiado drásticamente: las canciones son ahora mucho más cortas que antes, con hooks que aparecen lo antes posible para captar la atención del oyente desde los primeros segundos, por supuesto, antes de esos 30 segundos (según una entrevista  a Hubert Léveillé Gauvin, estudiante de doctorado de Teoría Musical en la Universidad de Ohio, a mediados de la década de 1980, el tiempo promedio que pasaba antes de que se escucharan las voces en cualquier canción de radio era de 23 segundos; hoy, ese número se ha reducido a solo 5 segundos).  Es por ello que, en la música actual, por lo general la participación de múltiples compositores en más que notoria. La complejidad y la exploración artística han sido reemplazadas por fórmulas que garantizan la repetición y la candidez, lo que -sin embargo- puede maximizar las ganancias.

Que no se me malinterprete; claro que hay canciones muy buenas hoy en día, pero convengamos que no es la norma.  Por supuesto que, si bien existen excepciones respecto a lo que escribo en esta entrada, la generalidad bien se puede plasmar como algo dominante.  El pop, un género que históricamente ha buscado apelar a las masas, es un ejemplo claro de esta tendencia. Artistas que solían experimentar con diferentes sonidos y temáticas ahora se ven presionados a producir música que cumpla con los requisitos de popularidad en las plataformas de streaming. La homogeneidad se ha convertido en la norma, con canciones que, aunque pegajosas, carecen de profundidad o innovación. Esto se refleja en la producción en masa de singles diseñados para ser consumidos rápidamente, reemplazando a álbumes conceptuales o proyectos más ambiciosos.

El rock, un género que en su génesis fue sinónimo de rebelión y exploración artística, también ha sido impactado. Las bandas que buscan mantenerse relevantes en un mercado dominado por el streaming han adoptado una aproximación más comercial, simplificando sus composiciones y adoptando elementos de géneros más populares, como el pop y el reggaetón. Aunque algunos artistas han logrado un equilibrio entre el éxito comercial y la integridad artística, la tendencia general ha sido hacia una mayor simplificación y una menor experimentación.

El rap y el hip-hop, un género que ha crecido exponencialmente en popularidad en las últimas dos décadas, también han sido influenciados por esta dinámica. Artistas que solían ser valorados por su lirismo y capacidad para contar historias complejas, ahora se ven empujados a producir canciones más cortas y repetitivas, diseñadas para capturar la atención del público apenas en las primeras líneas. La presión para crear hits ha llevado a que las letras se centren en temáticas más superficiales, dejando de lado la profundidad y el comentario social que alguna vez definieron al género.

El reggaetón, por su parte, es quizás el ejemplo más claro de cómo un género puede sucumbir a la presión de buscar el éxito económico inmediato. El reggaetón, o la mal llamada -a mi parecer- música urbana, pasó de su modesto surgimiento en los barrios de Puerto Rico y Panamá, a convertirse en un fenómeno global. Es por ello que muchos artistas han optado por fórmulas que garantizan la viralidad y las reproducciones, normalmente sacrificando la innovación musical o la exploración estética.  La repetitividad de los ritmos y la simplicidad de las letras son ahora la norma, con un enfoque claro en maximizar el atractivo comercial.

Pero no le echemos la culpa solo al streaming… creo que las cosas comenzaron a cambiar con la aparición de las redes sociales.  A partir de su irrupción, las redes sociales amplificaron en la sociedad la tendencia hacia la inmediatez, la viralización, pavimentando el camino a la fragmentación de la cultura. Plataformas como Instagram y TikTok (y últimamente YouTube y Facebook con sus shorts y reels) han convertido la música en tan sólo un accesorio de un contenido visual, donde las canciones se vuelven populares no precisamente por su calidad intrínseca, sino por su capacidad para encajar en un trend o un challenge viral.  El éxito de una canción se midiendo hoy más por su uso en millones de videos cortos que se reproducen en bucle, en lugar de su capacidad para resonar emocional o intelectualmente con la gente. ¿El resultado? Muchos artistas componen ahora pensando en las posibilidades de que su canción se vuelva viral, más que en la calidad artística, priorizando la repetitividad y simplicidad por sobre la complejidad musical o lírica.

Pero vayamos más allá; la inmediatez de la tecnología digital, de Google, del internet, y en general de la información, han hecho que la capacidad de atención del público también se haya visto afectada por esta forma de consumo.  Según el Microsoft Canada’s Consumer Insights Report (2015), la capacidad de atención humana disminuyó de 12 segundos en el 2000 a 8 segundos en 2013, lo que fue relacionado con el aumento del uso de dispositivos digitales. Aunque no se centra exclusivamente en la música, sí establece un contexto para la disminución general de la capacidad de atención, lo que afecta cómo se consume música en la era digital. 

Con esta sobrecarga de estímulos, la facilidad de acceso a la información, y los millones de canciones al alcance de un click, las personas están desarrollado una tendencia a consumir música de manera superficial, sin dedicar tiempo a explorar o apreciar las sutilezas de una composición u orquestación. Esto está llevado a una cultura donde las canciones son desechables, diseñadas para ser consumidas rápidamente antes de pasar a la siguiente tendencia. En lugar de buscar una conexión emocional o intelectual con la música, muchos oyentes simplemente buscan el próximo tema, perpetuando un ciclo donde la música se produce en masa y se consume rápidamente sin dejar una huella duradera.  De hecho, siempre han existido canciones que, a fuerza de repetirse, nos termina gustando o conectando, algo que el botón de skip o next casi ha casi extinguido.

TikTok, en particular, ha tenido un impacto profundo en la música actual. En esta plataforma, las canciones se vuelven virales no por su calidad artística, sino porque encajan bien con un determinado tipo de contenido visual. Este fenómeno refuerza lo que comentamos líneas arriba, en el sentido a que se llega a una situación donde la música es percibida como algo accesorio, un simple acompañamiento para el contenido visual, en lugar de ser valorada por su propio mérito.

Este cambio en la percepción de la música está tenido un impacto significativo en la forma en que los artistas crean y distribuyen su trabajo. En lugar de centrarse en la creación de álbumes conceptuales o en explorar nuevas fronteras musicales, muchos artistas se ven obligados a seguir las tendencias dictadas por las plataformas de streaming y las redes sociales, priorizando la creación de singles virales sobre cualquier otra consideración estética o artística. Esto no solo limita la diversidad y la innovación en la música, sino que también contribuye a la saturación del mercado con canciones que, aunque puedan ser exitosas en términos de reproducciones y viralización, carecen de profundidad o trascendencia.

Aunque esta tendencia hacia el consumismo musical es predominante, aún existen artistas que se esfuerzan por mantener un equilibrio entre el éxito comercial y la integridad artística. Ejemplos como Kendrick Lamar en el rap, Radiohead en el rock, y Residente en el “urbano”, demuestran que es posible crear música que no solo logre un impacto comercial, sino que también resuene a nivel artístico y emocional. Estos artistas, aunque son la excepción en un mercado dominado por la inmediatez y la búsqueda del éxito rápido, sirven como recordatorio de que la música puede ser tanto un arte como un negocio, y que es posible equilibrar ambos aspectos sin sacrificar la integridad artística.

Por supuesto que hay muchas otras consecuencias (la ausencia de diseño, salvo el del post; el poco campo para la expresión fotográfica, el storytelling, etc), y no quiero ni pensar en lo que la IA le hará a la música (que podría ser motivo de otro post), pero en lo que se refiere estrictamente a la música, la tendencia actual de crearla enfocada únicamente en el éxito económico refleja un mercado que ha sido moldeado por la tecnología y las plataformas de streaming.

Insisto, se trata de una generalización y existen excepciones; solo estoy señalando una tendencia.  Bajo este enfoque, creo que si bien la tecnología actual, la forma de consumo y el nuevo modelo de negocio han llevado a una homogenización y simplificación de la música, también han abierto nuevas oportunidades para aquellos dispuestos a desafiar las convenciones y explorar nuevos territorios estéticos. La clave para el futuro de la música radica en encontrar un equilibrio entre las demandas del mercado y la preservación de los valores artísticos que han definido a la música a lo largo de la historia. Aunque la presión por crear hits virales y maximizar las reproducciones es innegable, es esencial que los artistas y los profesionales de la industria no pierdan de vista la importancia de la innovación, la autenticidad y la trascendencia en la música.

 Agosto 2024

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